María intenta retener las
lágrimas pero estas se escapan sin permiso de sus ojos. Sorbe por la nariz un
par de veces intentando parar aquella llorera. Mira el Smartphone que ahora
reposa a su lado en la cama, el que hace unos minutos acaba de colgar. Y es que
unos minutos antes…
- Hola, nena- escucha María al otro
lado del Smartphone nada más coge su llamada.
- Hola guapo. ¿A qué se debe tu
llamada?- pregunta ella.
- Para pedirte perdón- contesta
Juan.
- ¿Perdón? ¿Por qué?
María está sorprendida y siente
que algo no va como debería ir y aquello la inquieta. ¿Por qué la pide perdón?
- Nena, ¿sigues ahí?- pregunta él
tras unos cuantos segundos de ella en silencio.
- Sí, perdona. Estaba con la cabeza
en otra parte- se disculpa ella- ¿Qué querías decirme?
- Bueno…verás…Mañana a final no
podremos pasar la noche juntos como nos habría gustado y habíamos planeado. He
quedado con mis amigos para jugar el partido de baloncesto que teníamos
pendiente.
- Ah, claro…Baloncesto- responde
ella y suspira en su lado del teléfono.
Aquello no la sorprende. Después
de todo lo que le habían dicho y aún después de creer que lo tiene superado ha
decidido darle una oportunidad a Juan de demostrarle las cosas y… ¿cambia sus
planes por un partido de baloncesto? ¿Eso es lo que le importa? Si es que ha
sido estúpida pensando en que las cosas podían haber cambiado.
- Nena, aún así podemos pasar el
día juntos. Te invito a comer y pasamos la tarde en el centro- dice él
intentando solucionar su metedura de pata.
Pero la jovencita no responde al
otro lado del teléfono. Se siente decepcionada, demasiado. No tiene ganas de
hablar con él. No le apetece discutir sobre lo mismo de siempre. Debe encontrar
una solución, una respuesta o lo que sea…
- Lo siento, Juan. Ahora tengo que
irme. Mi madre me dice que es hora de ir a dormir. Mañana ya veo que estás muy
ocupado, nos veremos otro día- dice María.
Ella sabe que no se verán, que se
había hecho ilusiones con algo que no va a suceder. Idiota, se dice a sí misma.
No importa el tiempo que pase, al final siempre es la misma historia y está
cansada de tanto marear la perdiz. Es adulta, ambos lo son, pero el joven de
ojos grisáceos no es capaz de decir a las cosas claras.
Pone su Smartphone en silencio y se tira en la cama. Le apetece estar sola y
que el Whatsapp vibre cada dos por tres no ayuda a su estado de ánimo. Tiene
muchas ganas de salir. No puede quedarse metida en casa después de aquella
conversación. Coge la chaqueta de cuero negro y se despide de su madre. Camina
en la fría noche acurrucada en su chaqueta oscura acelerando el paso porque la
da miedo ir sola a esas horas de la noche. Su destino no está muy lejos. Cinco
minutos más y habrá llegado.
Llama al telefonillo del portal 23 de aquella avenida.
- ¿Sí?- contesta una voz somnolienta al otro lado del telefonillo.
- Soy yo. ¿Puedes
bajar?- pregunta María a la persona que se encuentra al otro lado.
- Sube. Te espero.
Suena el típico ruido que anuncia que la puerta se abre y
María se cuela rápido dentro del portal. Se frota las manos para quitarse un
poco el frío de encima. No sabe si ha hecho bien pero en ese momento no sabía
muy bien adónde ir.
Pulsa el botón de subir del ascensor. Primero. Segundo.
Tercero. Bien, ya ha llegado. Abre la puerta del elevador y llama con los
nudillos al tercero c para no pulsar el timbre. Pero incluso antes de que tenga
la posibilidad de volver a llamar la puerta se abre.
- María, ¿qué ha pasado? ¿Otra vez problemas en casa?-
responde la persona que acaba de abrirle la puerta.
- No. Llevabas razón. Se ha terminado- contesta ella.
Mira a la persona que la invita a entrar en su casa. Aquel
joven está guapo incluso con el pijama puesto y con el cabello despeinado. Se
le nota preocupado por ella y no duda en abrazarla en cuanto cierra la puerta
tras ellos. Se quedan así durante largo rato hasta que es él el que rompe el
silencio.
- María, te quiero. No tienes que seguir aguantando esto. Yo
cuidaré de ti- contesta el joven abrazándola más fuerte.
- Yo también te quiero Carlos. Siento no haberme dado cuenta
antes de todo esto.
- No importa. Ahora descansa.
Y la acompaña al sofá donde ambos se acurrucan bajo una
manta de terciopelo que tiene la madre de él. Apoya su cabeza en el hueco del
hombro de Carlos y se relaja. Sonríe. Sabe que ha tomado la decisión acertada.
Entonces los ojos comienzan a cerrársele.
- Creo que voy a quedarme dormida- dice María azorada.
- No te preocupes. Estaré aquí cuando despiertes- le dice él.
Y se queda dormida abrazada a él. Ambos acompasan poco a
poco sus respiraciones hasta que el joven de ojos color avellana también se
queda dormido al lado de la chica a la que quiere.
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