Cuando
tienes ganas de llorar y no hay nada que consiga animarte. Uno. Dos.
Tres. Te das la vuelta. Sorbes para adentro y dibujas esa sonrisa
fingida de que todo va bien. Parece que se está convirtiendo en una
rutina. Otra mueca torcida. Darte la vuelta. Marcharte. Un
pensamiento. Aviones que despegan. Otra ciudad, nuevas historias.
Ganas de ser otra persona. Ganas de estar lejos. Ganas de borrar.
Lucha interior. Cabeza y corazón. Quiero y no puedo, puedo y no
quiero peleándose en tu interior. Llegar a casa con el corazón en
un puño. Un móvil que vibra. 50 nuevos mensajes en el whatsapp. Su
nombre parpadeando en la pantalla hasta hace un segundo apagada.
Acercarte a la cama. Apagar el móvil. Encender el reproductor de
música y subir el volumen. Dejarse caer. Tornarse vulnerable. Lucha
de lágrimas y coraje. Otra mueca. Risa nerviosa. Odio interno. Caer.
Levantarse. Volver a caer y quedarse ahí, en una especie de
suspensión en ninguna parte. Preguntas. Dudas que se agolpan en un
lugar de tu mente hasta ahora desconocido. Coger el móvil inerte.
Lanzarlo lejos y que se rompa ante tus ojos. Ataque de ira. Tirarlo
todo. Romper con tu vida. Mirar hacia otra parte. Odiar. Fingir de
nuevo esa sonrisa cuando tu madre entra en la habitación. Decirle
que sólo es una nueva jaqueca cuando es mucho más que eso. Sacar la
maleta del armario cuando salen por la puerta. Volcar en ella
aquellas cosas que únicamente vas a necesitar. Preguntarte una y
otra vez si estás haciendo lo correcto. Esa canción. Más odio, más
ira. Agenda en blanco. Más ropa en la maleta. 1999. Mirar esas fotos
que se agolpan en la mesilla. Un lágrima que rueda valiente por una
mejilla envejecida de luchar. Una nota en blanco. Ausencia de
despedidas. Portazo. Otro nuevo adiós.......¡HUIDA!
29 de mayo de 2012
22 de mayo de 2012
No recuerdo una antihistoria mejor...
Echo de menos derretirnos
al sol como hacíamos cada verano. Aún recuerdo cuando teníamos
seis años y jugábamos a perseguirnos por la playa. Arena. Mar.
Olas. Yo te pillo. Tú me pillas a mí. Yo vuelvo a pillarte. Así
infinidad de veces hasta acabar tirados en la arena. Risas.
Complicidad. Cosquillas. Recuerdo también aquellas noches de
estrellas en las que me contabas que querías ser músico de jazz
cuando fueras mayor y a mí me parecía la cosa más absurda del
mundo. Todos los niños querían ser astronautas, médicos, policías
y tú...tú tan sólo querías ser músico de jazz y que alguien
escuchara aquellas melodías que, cuando creías que dormía, me
susurrabas al oído. Éramos grandes amigos. Siempre estábamos
juntos. Nos contábamos todo. Éramos, incluso, como hermanos.
Reíamos juntos. Pasábamos los días ideando la manera de desquiciar
a nuestras madres...
¿Cuándo dejamos de ser
aquellos niños? Crecimos y nunca jamás volvimos a vernos. Yo te
recordaba en fotos. Álbumes de años atrás apilados sobre la mesa
del sofá. Love of Lesbian de fondo. Tu rostro en mi mente. ¡Qué
pena que, con el tiempo, nos acabáramos haciendo adultos! Prometimos
estar siempre juntos. Rompimos nuestra promesa mil y una veces. Un
año. Dos años. Un infinidad de tiempo sin volver a encontrarnos.
Invierno. Primavera. Y
luego...Verano. Volver a aquel lugar quince años después para saber
si tú también habías regresado. Buscarte entre las noches de
insomnio. Recitar tus canciones al amanecer. Tener treinta años y
vagar por una playa desierta en busca de tu sombra. ¡Qué pena
dejarnos perder!, ¿no crees?
Y otra vez Otoño. Volver
a aquella gran ciudad que lo cambió todo. Volver a cerrar nuestro
capítulo. Seguir con mi vida tras otro verano separados. Sonreír a
mi pareja. Sonrisa desdibujada y cansada. Falta de ilusión y de
ganas. Pensar otra vez en ti. Pensar en aquellos quince años que
compartimos. Desde recién nacidos hasta la adolescencia siempre a tu
lado. Ahora eres sólo una ilusión que vaga en mi cabeza y sigo sin
saber por qué te escribo. Esto ya no tiene sentido.
¿Recuerdas? Cuando
éramos pequeños tú siempre decías que debería dedicarme a
escribir y, aquí estoy, sentada delante del teclado en la terraza de
mi casa a las afueras de la ciudad haciéndolo. Él se ha levantado.
Dice que debería seguir mañana. Me besa en la frente. Le respondo
que en un rato iré a la cama. No dejo de pensar en ti. Algún día
volveré a escribir sobre nosotros. Mientras tanto, te seguiré
buscando....
20 de mayo de 2012
Volver a comenzar
Esta noche escribo desde
el mullido colchón de mi cuarto sin ventanas. Ha pasado algo. No sé
cómo ni por qué pero ha ocurrido. Se ha filtrado un rayo de luz a
través de una de las esquinas. Brilla, es tenue pero me alumbra. Me
dice que no tenga miedo, que vuelva a salir fuera. Lo atrapo entre
mis manos para que no se marche porque no quiero volver a estar sin
ella, sin esa luz preludio del amanecer. La oscuridad me ha cegado
desde hace demasiadas estaciones como para seguir compartiendo este
habitáculo en el que me encuentro con ella. Ya no quiero seguir así.
No pienso volver a esconderme nunca más.
Alguien me dijo una vez
que, quien escribe, tiene la capacidad de soñar. Ha pasado mucho
tiempo desde aquello pero aún no lo he olvidado. Aún no he olvidado
lo mucho que me gustaba salir fuera y que el aire me despeinara el
cabello acastañado. Aún no he olvidado los amaneceres al otro lado
del mundo y el saltar en charcos desdibujados en días grisáceos de
lluvia.
Y ahora está esa luz.
Está esa razón que me ilumina el rostro y me hace sentir
esperanzada. Escribo sobre ella porque es lo que me da fuerzas para
seguir, la que me invita a romper con las cadenas que me aprisionan y
volver a hacerlo. Escribir te hará libre dijiste, y yo escribo,
única y exclusivamente, porque me hace sentir bien, porque rompe
muros y crea lazos, porque te hace invencible y te transporta lejos.
Este amanecer me ha
pillado escribiendo de nuevo. La luz aumenta y siento su abrazo,
siento como me sonríe y me siento satisfecha de la decisión que he
tomado. Las tinieblas, esas brumas acumuladas durante meses comienzan
a disiparse, ya no tengo miedo, no quiero volver a tenerlo nunca más.
Ahora sólo queda escribir y soñar, soñar y escribir y, sobre todo,
sonreír y ser feliz.
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