29 de mayo de 2012

Ya no hay ganas de seguir el show

Cuando tienes ganas de llorar y no hay nada que consiga animarte. Uno. Dos. Tres. Te das la vuelta. Sorbes para adentro y dibujas esa sonrisa fingida de que todo va bien. Parece que se está convirtiendo en una rutina. Otra mueca torcida. Darte la vuelta. Marcharte. Un pensamiento. Aviones que despegan. Otra ciudad, nuevas historias. Ganas de ser otra persona. Ganas de estar lejos. Ganas de borrar. Lucha interior. Cabeza y corazón. Quiero y no puedo, puedo y no quiero peleándose en tu interior. Llegar a casa con el corazón en un puño. Un móvil que vibra. 50 nuevos mensajes en el whatsapp. Su nombre parpadeando en la pantalla hasta hace un segundo apagada. Acercarte a la cama. Apagar el móvil. Encender el reproductor de música y subir el volumen. Dejarse caer. Tornarse vulnerable. Lucha de lágrimas y coraje. Otra mueca. Risa nerviosa. Odio interno. Caer. Levantarse. Volver a caer y quedarse ahí, en una especie de suspensión en ninguna parte. Preguntas. Dudas que se agolpan en un lugar de tu mente hasta ahora desconocido. Coger el móvil inerte. Lanzarlo lejos y que se rompa ante tus ojos. Ataque de ira. Tirarlo todo. Romper con tu vida. Mirar hacia otra parte. Odiar. Fingir de nuevo esa sonrisa cuando tu madre entra en la habitación. Decirle que sólo es una nueva jaqueca cuando es mucho más que eso. Sacar la maleta del armario cuando salen por la puerta. Volcar en ella aquellas cosas que únicamente vas a necesitar. Preguntarte una y otra vez si estás haciendo lo correcto. Esa canción. Más odio, más ira. Agenda en blanco. Más ropa en la maleta. 1999. Mirar esas fotos que se agolpan en la mesilla. Un lágrima que rueda valiente por una mejilla envejecida de luchar. Una nota en blanco. Ausencia de despedidas. Portazo. Otro nuevo adiós.......¡HUIDA!

22 de mayo de 2012

No recuerdo una antihistoria mejor...


Echo de menos derretirnos al sol como hacíamos cada verano. Aún recuerdo cuando teníamos seis años y jugábamos a perseguirnos por la playa. Arena. Mar. Olas. Yo te pillo. Tú me pillas a mí. Yo vuelvo a pillarte. Así infinidad de veces hasta acabar tirados en la arena. Risas. Complicidad. Cosquillas. Recuerdo también aquellas noches de estrellas en las que me contabas que querías ser músico de jazz cuando fueras mayor y a mí me parecía la cosa más absurda del mundo. Todos los niños querían ser astronautas, médicos, policías y tú...tú tan sólo querías ser músico de jazz y que alguien escuchara aquellas melodías que, cuando creías que dormía, me susurrabas al oído. Éramos grandes amigos. Siempre estábamos juntos. Nos contábamos todo. Éramos, incluso, como hermanos. Reíamos juntos. Pasábamos los días ideando la manera de desquiciar a nuestras madres...

¿Cuándo dejamos de ser aquellos niños? Crecimos y nunca jamás volvimos a vernos. Yo te recordaba en fotos. Álbumes de años atrás apilados sobre la mesa del sofá. Love of Lesbian de fondo. Tu rostro en mi mente. ¡Qué pena que, con el tiempo, nos acabáramos haciendo adultos! Prometimos estar siempre juntos. Rompimos nuestra promesa mil y una veces. Un año. Dos años. Un infinidad de tiempo sin volver a encontrarnos.

Invierno. Primavera. Y luego...Verano. Volver a aquel lugar quince años después para saber si tú también habías regresado. Buscarte entre las noches de insomnio. Recitar tus canciones al amanecer. Tener treinta años y vagar por una playa desierta en busca de tu sombra. ¡Qué pena dejarnos perder!, ¿no crees?

Y otra vez Otoño. Volver a aquella gran ciudad que lo cambió todo. Volver a cerrar nuestro capítulo. Seguir con mi vida tras otro verano separados. Sonreír a mi pareja. Sonrisa desdibujada y cansada. Falta de ilusión y de ganas. Pensar otra vez en ti. Pensar en aquellos quince años que compartimos. Desde recién nacidos hasta la adolescencia siempre a tu lado. Ahora eres sólo una ilusión que vaga en mi cabeza y sigo sin saber por qué te escribo. Esto ya no tiene sentido.

¿Recuerdas? Cuando éramos pequeños tú siempre decías que debería dedicarme a escribir y, aquí estoy, sentada delante del teclado en la terraza de mi casa a las afueras de la ciudad haciéndolo. Él se ha levantado. Dice que debería seguir mañana. Me besa en la frente. Le respondo que en un rato iré a la cama. No dejo de pensar en ti. Algún día volveré a escribir sobre nosotros. Mientras tanto, te seguiré buscando....

20 de mayo de 2012

Volver a comenzar


Esta noche escribo desde el mullido colchón de mi cuarto sin ventanas. Ha pasado algo. No sé cómo ni por qué pero ha ocurrido. Se ha filtrado un rayo de luz a través de una de las esquinas. Brilla, es tenue pero me alumbra. Me dice que no tenga miedo, que vuelva a salir fuera. Lo atrapo entre mis manos para que no se marche porque no quiero volver a estar sin ella, sin esa luz preludio del amanecer. La oscuridad me ha cegado desde hace demasiadas estaciones como para seguir compartiendo este habitáculo en el que me encuentro con ella. Ya no quiero seguir así. No pienso volver a esconderme nunca más.

Alguien me dijo una vez que, quien escribe, tiene la capacidad de soñar. Ha pasado mucho tiempo desde aquello pero aún no lo he olvidado. Aún no he olvidado lo mucho que me gustaba salir fuera y que el aire me despeinara el cabello acastañado. Aún no he olvidado los amaneceres al otro lado del mundo y el saltar en charcos desdibujados en días grisáceos de lluvia.

Y ahora está esa luz. Está esa razón que me ilumina el rostro y me hace sentir esperanzada. Escribo sobre ella porque es lo que me da fuerzas para seguir, la que me invita a romper con las cadenas que me aprisionan y volver a hacerlo. Escribir te hará libre dijiste, y yo escribo, única y exclusivamente, porque me hace sentir bien, porque rompe muros y crea lazos, porque te hace invencible y te transporta lejos.

Este amanecer me ha pillado escribiendo de nuevo. La luz aumenta y siento su abrazo, siento como me sonríe y me siento satisfecha de la decisión que he tomado. Las tinieblas, esas brumas acumuladas durante meses comienzan a disiparse, ya no tengo miedo, no quiero volver a tenerlo nunca más. Ahora sólo queda escribir y soñar, soñar y escribir y, sobre todo, sonreír y ser feliz.