28 de abril de 2012

Adolescentes


Olor a lluvia empañando los cristales de tu seiscientos azul celeste. Un sin fín de planes de futuro que se quedaron atrapados en su interior. Los suspiros de nuestras noches y los viajes que jamás hicimos juntos. Ese amanecer al otro lado del mundo que me prometiste y jamás llegó.

Enamorarnos. Crecer juntos. 10 años de sueños a medias y media vida de agonía sin tí a mi lado. Los mejores años de nuestra vida y la adolescencia más increíble que pasamos. Aquellos días en que, con apenas diecisiete años, jugábamos a ser adultos. Era nuestro juego particular. Era la manera de crear ese futuro juntos que jamás llegaríamos a tener.

Conducir con la ventanilla bajada en pleno verano cuando el aire acondicionado estaba roto. La música en aquella radio de los años 50 y nuestra canción, aquella que sonaba a trompicones y que cantábamos a voz en grito. Esa canción que te tarareaba al oído las noches de lluvia de estrellas tumbados en el capó de aquel coche color cielo.

Recuerdo aquellas estaciones como las más intensas y las más felices. Aquellos años terminaron en el desguace como aquel coche de sueño. Te destruí. Me destruiste. Nos destruimos. Creíamos que aquel amor tan peculiar cambiaría nuestras vidas y así fue. Fuiste la persona a la que más quise en mi vida y creo que, aún hoy, te sigo queriendo.

Ahora, ya en la vejez de mis años, miro aquellas fotos hechas con la polaroid de mi padre. Aquellas fotos en color sepia desgastado, aquellas que guardaba en una caja junto a todas las cosas que un día compartimos. Tu sonrisa dibujada en ellas, mi cara de felicidad al mirarte, nuestras noches de silencios en aquel campo de amapolas rojas. Recordarte. Recordarnos. Quererte y querernos.

Y sólo deseo que te cruces en mi camino y rememorar aquellos años en los que, aún siendo niños nos conocimos, aquellos días en los que nos juramos envejecer juntos. Comprar un seiscientos azul celeste y recorrer el mundo cogida de tu mano. A mis 65 años he vivido muchas cosas y, aunque estoy casada con un hombre que me quiere y acepta que yo quiera a otro, me habría gustado saber qué habría sido de él y de mí de no tener que separarnos.

Algún día amanecerá y seguirá oliendo a lluvia. Saldré a la calle a buscarte. Los cristales que rompí contra el suelo volverán a unirse. La lluvia de estrellas te traerá de vuelta y, aunque jamás volverá a ser como aquellos años, te abrazaré como cuando eramos adolescentes. Con eso me vale, con verte sonreír volveré a ser feliz.  

5 de abril de 2012

Días de lluvia.

Llueve. Otra vez vuelve a llover. Las gotas repiquetean contra la ventana entrecerrada de mi dormitorio. Gotas traviesas que resbalan a lo largo del cristal para acabar en el suelo formando charcos. Adoro los días de lluvia. Me gusta salir desprotegida, dejar el paragüas en casa y mojarme. Sin duda creo que mis mejores textos los he creado en días como hoy, paseando bajo la lluvia por una calle cualquiera de mi ciudad. Adoro ponerme las botas de agua, esas de color marrón desagradable que sólo saco en ocasiones especiales, y salir a jugar afuera. Cuando llueve me vuelvo una niña: salto en los charcos, corro, grito, bailo...La felicidad me desborda en momentos como ese y no hay quien me pare.

Ahora graniza. El ruido se hace más intenso. Mi madre me pide que cierre las ventanas y, aunque me dé pena, le hago caso. Miro el magnífico espectáculo a través del gran ventanal del salón y odio estar metida en casa. Voy de un lado para otro. Quiero salir a la calle. Quiero beberme los pequeños copos de granizo, jugar a cogerlos con mis manos y volver a soltarlos. Sonreír. Mierda, ahora me brillan los ojos de la emoción.

Suena un trueno. Ahora sólo faltan los relámpagos. Vuelvo a aquellos días de tormenta en mi casa de la sierra cuando, de niña, mi abuelo me enseñó aquel juego. Suena otro trueno y cuento los segundos para ver el relámpago correspondiente y adivinar a cuantos kilómetros se encuentra la tormenta. Echo de menos esos días de confidencias y complicidad con mi abuelo, si llego a saber que acabarían tan pronto los habría disfrutado más, pero crecí demasiado rápido. El relámpago no llega y me decepciono, pero sigo absorta mirando la ventana y tecleando inconscientemente en el portatil. Aún recuerdo aquellos días de tormenta.

Parece que el granizo nos quiere dar una tregua. Voy a aprovechar ahora que mi madre está distraida para ponerme el chubasquero y las botas de agua. Compruebo los bolsillos: reproductor, cascos, llaves de casa. móvil...¡Perfecto! Lo llevo todo. Salgo a hurtadillas de mi cuarto y me dirigo a la calle. Voy a disfrutar una vez más de uno de esos días que mucha gente odia y yo adoro. Que pena que no sea Martes...