17 de julio de 2012

Laberinto de verdades nunca dichas...

Nos sosteníamos el uno al otro en una especie de cuerda floja. Ambos temblábamos de frío en nuestro hueco del sofá a distancia de una línea de tren. Las miradas de soslayo no nos eran desconocidas y, de vez en cuando, tratábamos de atrapar la mirada del otro. Acierto y error. Incendios de nieve y calor. Tus palabras me hacían reflexionar durante días hasta que, decidida, cogía papel y pluma del cajón de mi escritorio y me ponía a escribir. Nada era lo suficientemente bueno para llenar ese vacío que dejabas al abandonar nuestra cuerda floja compartida. Se comenzó a tornar en rutina eso de compartir mis noches con whisky barato y cigarrillos a medio consumir mientras inventaba en mi cabeza mil y una maneras de decirte lo que sentía por ti. El precipicio de tu ausencia se abría amenazante bajo mis pies descalzos, entonces volvía a leer tus palabras con la mirada nublada por las copas de más y encontraba un resquicio de paz en medio del huracán de tu marcha precipitada. Pero tú no lo entendías, creías no conocerme, fingías que nada te importaba cuando me sentaba a tu lado en aquel vagón de tren y buscaba la atención de tus ojos acastañados. Sin embargo para ti yo sólo era una más, ni siquiera reparabas en que mis ojos color verde azulado te miraban inquisitivamente como esperando algo. Entonces mirabas hacia otra parte y subías el volumen del reproductor mientras escuchaba la voz débil y dulce de Zahara al otro lado de tus cascos color rojo. Tarareabas en tu mente ese estribillo que siempre quisiste que hubiéramos compartido, lo veía en tus ojos que brillaban bajo esas letras tan profundas y bien diseñadas. Recordaba entonces todas las veces que me habías repetido que aquello era complicado y en las que yo siempre trataba de disuadirte, pero siempre que te pedía intentarlo desaparecías de nuevo y yo me quedaba escuchando 1999 en la mini-cadena gastada de mi cuarto sin ventanas. Me encerraba durante días y buscaba tus palabras en los lugares más recónditos de mi mente, analizaba mis actos para saber qué hice mal, en qué erré. Y me frustraba una y otra vez, rompía los vasos vacíos contra el suelo haciendo añicos con ellos mis palabras. Actualizaba innumerables veces la misma página sin obtener nada, sin saber nada de ti. Theory of a Deadman ahora en el reproductor. Sentir cada frase de la canción como si fuera un puñal, intentar sacar esa imagen de ti de mi cabeza sin resultado, odiarme a mí misma por anhelar tanto tu prosa mordaz y atrevida. Imaginarme tu sonrisa al otro lado de la ventana de tu dormitorio cuando suena Dorian en ese CD que tan bien me sé de memoria. Y continuar así, flotando ingrávida, dejarme llevar por el fluir del gentío en un domingo astromántico en la capital, vagar en busca de un alma con quien compartir mi amargura tristemente disimulada. Y entonces comprender que soy yo la que no sabe nada de ti, que tan sólo eres una sombra que se oculta en el ocaso de los días de Invierno y que, cualquier intento de saber de ti, sería como acceder a entrar en ese laberinto sin salida creado con tus palabras. Alomejor sea más sencillo borrar, dejar todo en la nada flotando, coger esa maleta preparada a prisa y marcharme dejando aquí esas dudas que jamás serán resueltas mientras nos atenaza otra tormenta de arena. Y entonces tristeza, lágrimas que resbalan ahora de unos ojos enrojecidos, desesperanza mezclada con esa horrible sensación que deja un corazón al romperse en mil pedazos. Corro a la estación con Diecinueve sonando en el reproductor. Me subo al primer tren que silba un segundo antes de su partida sin saber cuál es el destino. No hecho la vista atrás porque sé que no te veré allí plantado golpeando insistentemente el cristal para que abandone esta nueva locura. Cierro los ojos. Exhalo todo el aire contenido en mis pulmones y empiezo esta lucha para olvidarme de ti. Desaparezco de nuevo como la bruma en un día otoñal algo gastado, pero tú no te das cuenta. Las palabras, todas esas frases que algún día me prometí decirte, quedan ahora desparramadas en el suelo de la estación como papel viejo y mojado mientras me esfuerzo porque nadie me vea llorar. Y entonces esa canción, sentir que todo ha acabado, que nunca significaré para  ti lo que tú significas para mí.