10 de enero de 2011

Noche

Un taxi circulaba por las calles mojadas y tristes de Madrid. Dentro de él dos personas se miraban disimuladamente, a intervalos, como intentando evitar que el otro se diera cuenta de que lo estaba mirando. Ninguno de los dos se atrevía a mirar al otro directamente, era como un duelo de miradas discretas.
Se sentían pletóricos de felicidad tras su encuentro; es más, ambos bromeaban y reían tumbados en la parte trasera del taxi. Relajados, a gusto, e incluso más que eso, más bien, seguros. No importaba donde fueran aquella noche, lo que importaba era que por fin y después de tanto tiempo estaban juntos y esa noche era suya, tan sólo de los dos; y esta vez nadie podría interrumpir lo que estaba predestinado que pasara entre ambos.
Otra risa, otra mirada y una noche negra y larga en el bolsillo de la americana de él. Y sonrisas, miles de ellas, una tras otra y sin descanso; preciosas sonrisas que alumbraban la oscuridad de la noche.
Era increíble ver como dos personas habían podido conectar tan bien en tan poco tiempo, pero ninguno de los dos quiso detenerse a pensar en ello. El taxi paró en algún lugar de la capital y ambos bajaron cogidos de mano.
La aventura acababa de comenzar y aunque conocían el principio, no sabían a donde se dirigía aquello, pero estaban dispuestos a arriesgar, o eso era lo que decían las amplias sonrisas que ambos llevaban dibujadas en sus rostros.

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