27 de noviembre de 2011

Noches surrealistas

Sí, he de reconocerlo, soy una experta en noches surrealistas.

Domingo por la mañana en un lugar cualquiera de la ciudad. Abre los ojos y advierte un fuerte dolor de cabeza. Maldita bebida. Maldito Brugal. Mira que se había prometido que una noche y no más, pero vamos está claro que sus promesas con el alcohol nunca se cumplen (debería comenzar a controlarse).

Intenta recordar qué pasó ayer exactamente entre tanta euforia y litros y litros de alcohol en vena (no sólo ella, sino todos). Recuerda sus labios y esa manera tan dulce que tenía de tratarla, sus abrazos y esa lucha de miradas durante toda la noche.

Se perdieron. Lejos de todo y de todos. En una esquina de la discoteca hablaron de mil y una historias. Él con su acento francés y ella con su mirada soñadora. Perfecto  sería una palabra que se quedaría corta para aquellas horas a su lado. En aquel local rodeados de tanta gente se sentían como si solamente estuvieran ellos dos.

Y entonces esa frase: ''me gustas pero...''. Él y sus peros de siempre. ¿Por qué no podía dejarse llevar sin más y no pensar en nada? Estaban a gusto, reían, se abrazaban de vez en cuando y se miraban con ganas. Ella no le pedía nada, sólo que le hiciera compañía aquella noche.

Un beso en la mejilla y un par de miradas más. Y luego otro flash. Ambos están en la barra, ella esperando para pedir su copa e invitarle a él a una (vaya, normalmente no suele hacer nada como eso). La besa. Primero muy despacio, uno de esos besos ligeros que se sienten como una brisa y luego, otro más intenso.

Se siente en las nubes. Las piernas le tiemblan. Los ojos le brillan. Es guapo, buen niño, el tipo de chico con el que siempre ha soñado estar, aunque fuera una noche y la ha elegido a ella entre tantas chicas guapas que bailaban al ritmo de la música en aquella discoteca de la capital.

Y siguen ahí labios con labios, piel con piel, abrazados a ratos, bailando otros, y riendo a carcajadas mientras juegan a encontrarse en los ojos del otro.

Una noche magnífica que llega a su fin. Suspira, ¿por qué todo lo bueno tiene que acabarse tan rápido? Entonces vuelven a besarse. Un beso con el sabor amargo de la despedida, con el sabor de un posible quizá, de un pronto nos vemos.

Se abrazan. Le aprieta fuertemente la mano. Se gira y se marcha. Él se queda observando como ella se aleja y ella se gira de vez en cuando para guardar unos instantes más su imagen en la retina y en la memoria.

Quien sabe si algún día volverán a encontrarse, volverán a besarse y a jugar a que el tiempo se pare mientras estén juntos.

¡Cómo me gustan las noches surrealistas en las que todo puede pasar!

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